José Antonio Carreira.
El investigador de la Universidad de Jaén vinculado al ceiA3, José Antonio Carreira, ha participado en un proyecto de investigación internacional en el que se han muestreado ecosistemas naturales de 16 países de todo el mundo. El experto nos cuenta cuáles son las tendencias de cambio climático previstas y cómo pueden afectar a los ciclos de nutrientes del suelo y, por tanto, a la vegetación o los cultivos que crecen sobre ellos.
¿Qué resultados han obtenido a partir de este estudio internacional?
El principal resultado de este estudio dirigido por la Universidad Rey Juan Carlos, en el que hemos participado desde la UJA, ha sido que el incremento de la aridez en las regiones áridas y semiáridas del planeta tiene importantes consecuencias sobre la fertilidad del suelo, desacoplando la disponibilidad de unos nutrientes con respecto a otros.
¿Qué podría llegar a significar este incremento de aridez?
Esto podría inducir desbalances nutricionales en la vegetación o en los cultivos. Concretamente, en un escenario de calentamiento climático, los suelos de esas regiones contendrán menos nitrógeno accesible para las plantas (el nitrógeno forma parte de biomoléculas tan importantes como el ADN y las proteínas; su escasez limita el crecimiento de las plantas). Por el contrario, a las plantas les resultará más fácil adquirir fósforo del suelo. Si imaginamos que el suelo es el ‘mercado’ al que las plantas han de acudir para obtener los nutrientes que necesitan, el estudio demuestra que, al incrementarse la aridez, el nitrógeno les resultará más ‘caro’ y el fósforo más ‘barato’. Ese desajuste del mercado de nutrientes del suelo puede, a su vez, disminuir el crecimiento y la producción de biomasa vegetal.
¿Son los ecosistemas áridos abundantes en nuestro planeta?
Así es, de hecho la relevancia de los resultados obtenidos en este estudio se aprecia mejor si se tiene en cuenta que las regiones áridas y semi-áridas representan casi 1/3 de la superficie de todos los continentes (exceptuando la Antártida), que viven en ellas nada menos que uno 2000 millones de personas, y que buena parte de esas personas, con economías de subsistencia, dependen muy estrechamente de la producción de los pastos, cultivos y vegetación natural para satisfacer muchas de sus necesidades básicas.
¿Podrían llegar a extinguirse determinadas especies vegetales si la aridez del suelo sigue creciendo?
Sí, es una hipótesis plausible. Aparte de los efectos que ya he comentado sobre la disponibilidad de nutrientes en el suelo, un incremento de la aridez conlleva un efecto fuerte y más directo: que la disponibilidad de agua llegue a ser insuficiente para las especies menos tolerantes a la sequía. Incluso, en algunos casos, podría llegar a extinguirse la especie completa, especialmente si su área de distribución actual no es muy grande, y si con la migración no “encuentra” lugares que actúen como “refugios” climáticos en los que persistir, aunque sea con poblaciones pequeñas.
¿Qué ventajas tiene este estudio internacional con respecto a otras investigaciones semejantes?
La principal ventaja es que esta colaboración internacional permite obtener una visión del asunto a escala global, a escala de todo el planeta, en lugar de restringida sólo a unas pocas localidades o una región. Sin esa estructura colaborativa entre investigadores de países tan diversos y distantes como España, Estados Unidos, Irán, Kenia, Brasil, Australia, Argentina, México, Israel, Marruecos… no hubiera sido posible obtener una información suficientemente completa y representativa de todas las regiones áridas del conjunto del planeta.
¿Qué efectos tiene el cambio climático sobre los suelos, en líneas generales?
Las propiedades de cualquier suelo dependen de la combinación que haya en el lugar del que se trate respecto a 5 factores: el clima, la roca, la topografía del terreno, la vegetación y el paso del tiempo. Son los llamados Factores Formadores o de Estado. Por ejemplo si en un determinado lugar el clima es subhúmedo, la roca es caliza, la posición es un pie de ladera con pendiente suave, el bosque un encinar con quejigos, y hace tiempo que no ocurren perturbaciones importantes… entonces, un edafólogo (nombre que reciben los científicos que estudian el suelo) podría decirte, con poco riesgo de equivocarse, qué tipo de suelo hay en ese lugar y cuáles son sus propiedades, incluso sin excavarlo ni analizarlo visualmente o en el laboratorio; te diría que, muy probablemente es suelo allí sea un ‘cambisol eútrico’. De todos esos factores formadores, el clima tiene una importancia crucial. Por tanto, es fácil adivinar que si cambia el clima, las consecuencias sobre los suelos serán muy importantes.
Con respecto a estos efectos en el suelo ¿Cómo pueden afectar o alterar la vida humana? ¿Y a la animal?
Los ecosistemas suministran multitud de servicios de gran importancia para nuestro bienestar; son los llamados servicios ecosistémicos. A pesar de su enorme relevancia, esto les pasa inadvertido a la mayoría de la gente. Como no se les pone precio y resultan gratuitos tenemos la sensación de que no tienen valor; pero su valor es realmente enorme, tanto o más como el de la propia economía. Para hacerse una idea de lo que digo, basta con pensar en el oxígeno que respiramos, el agua que bebemos, los nutrientes del suelo que permiten crecer a los vegetales que comemos… Todos ellos son el resultado de procesos que ocurren en los ecosistemas: la fotosíntesis de las plantas produce oxígeno, el agua es depurada y su caudal es regulado cuando circula por los ecosistemas y drena por sus suelos, los suelos fértiles con mayor disponibilidad de nutrientes permiten producir más cantidad de alimentos.
De aquí a mil años, ¿cómo podrían encontrarse los suelos terrestres?
Este es el tipo de preguntas periodísticas que, por ser tan directas y concretas, parece que deban tener una respuesta igualmente concreta. Pero no es así. En los ecosistemas, y en sus suelos, ocurren multitud de procesos, cada uno de los cuales tiene su propio reloj, su propia escala temporal: el reloj de la selección natural y la evolución tiene manecillas que a cada movimiento marcan miles e incluso millones de años; la formación del suelo, se mide en siglos y miles de años; la dinámica de la vegetación en años y décadas; el cambio en la disponibilidad de nutrientes en el suelo opera en escalas de semanas a años; la actividad de los microorganismos del suelo que descomponen la materia orgánicas o la fotosíntesis de las plantas varía en escalas desde minutos a meses… Por tanto, en un plazo de mil años, pueden operar tal variedad de mecanismos con distintas escalas temporales que, más que me pese, no puedo contestar a esa pregunta sin acotar antes muy claramente los posibles escenarios, así como discutir un alto número de posibles interacciones… se necesitaría casi el espacio de un libro entero para hacer una aproximación a esa pregunta que tuviera algún sentido.
¿Qué medidas serían necesarias para frenar estos efectos del cambio climático?
La medida más efectiva es siempre acotar, minimizar o eliminar el origen del problema; en este caso, controlar y reducir más efectivamente las emisiones de gases de efecto invernadero (por ejemplo, el CO2, el metano…), así como potenciar los procesos que pueden actuar como sumideros, retirándolos de la atmósfera y secuestrando esos elementos a largo plazo en otros compartimentos de la biosfera con menores tasas de renovación (por ejemplo, secuestro de carbono con el crecimiento de los bosques y su acumulación en la materia orgánica del suelo).
¿Considera que estos efectos del cambio climático son responsabilidad del hombre, o que el clima es un ente demasiado grande e impredecible como para que el hombre pueda afectar en él?
No se trata de una cuestión de ‘considerar’. Las dos premisas de su pregunta, aunque lo parezca, de hecho no son excluyentes sino que se refuerzan mutuamente. Esto es algo que al público en general le resulta muy difícil de apreciar. Veamos por partes, y lo más brevemente posible:
El clima, efectivamente, es algo grande, y la predicción de su dinámica es un asunto extraordinariamente complejo e intrínsecamente poco determinable. Se ha constatado que el clima ha cambiado en el pasado, y mucho, por causas naturales. Sorprendentemente, esto se usa como un argumento para desdeñar la posibilidad del cambio climático actual (“negacionistas”). Pero, de lo que realmente informa esa constatación es que, aun siendo el clima algo muy grande, no es inmutable, es de hecho cambiable, puede cambiar y ha cambiado en el pasado… ¿por qué ahora no habría de hacerlo?
Por otro lado, el clima es un sistema muy difícil de predecir, las predicciones siempre llevan asociadas niveles elevados de incertidumbre. Este, también sorprendentemente, es una de las argumentaciones falaces preferidas de los “negacionistas”. Precisamente, en muchos ámbitos de nuestra vida, cuando hay una elevada incertidumbre, ello nos impulsa a la acción preventiva, en lugar de a la inacción: el agricultor sabe que el clima es poco predecible y, por tanto, en lugar de no hacer nada, corre a las empresas de seguros a asegurar su cosecha para “cubrirse las espaldas” en el caso de que ocurran eventos meteorológicos (granizo, sequía…) que la destruyan; el tráfico en ciudades y carreteras también es un sistema con incertidumbres y riesgos, y por eso todos tenemos que actuar, sacando al menos un seguro obligatorio. Entonces, ¿por qué la incertidumbre respecto al cambio climático ha de llevarnos a desdeñarlo, a no hacer ni prevenir nada, cuando además sabemos que se trata de un sistema que, de hecho, es susceptible de ser cambiado, como ocurrió muchas otras veces en la historia de la Tierra?
Finalmente, está científicamente demostrado que el incremento actual en la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera se debe, en una elevada proporción, a las actividades humanas (quema de combustibles fósiles, deforestación y degradación del suelo, incremento de las áreas cultivadas con arroz y del ganado rumiante…). También se tiene certeza científica respecto a que, en el último millón de años, cada vez que subió por causas naturales la concentración de dichos gases en la atmósfera (medido en burbujas de aire que quedaron atrapadas en el hielo de los polos), le siguió un proceso de calentamiento global (reflejado en cambios en la proporción de isótopos de oxígeno del agua de dicho hielo). En mayo de este año, en el observatorio de Mauna Loa en Hawaii, por primera vez desde mitad del siglo XIX en que se toman datos de forma continua, la concentración de CO2 en el aire superó el nivel de 400 p.p.m (partes de CO2 por millón de aire); este nivel tan alto nunca se ha encontrado en el aire atrapado en las burbujas de los hielos polares. ¿por qué en esta ocasión, cuando nosotros somos los responsables, unos niveles tan elevados de gases de efecto invernadero no habrían de traducirse en un proceso de calentamiento climático?
Autor: Gabinete de Comunicación de la UJA (G.P.C.)