Ejemplar de pulga de agua. Foto: Fundación Descubre.

Un grupo investigador de la Universidad de Jaén ha comprobado que organismos que han padecido situaciones estresantes, como la contaminación ambiental, resisten peor nuevos episodios de impacto, lo que se traduce en mayor mortalidad. Mediante el estudio de un organismo del plancton –la pulga de agua- se evidencia que también resisten menos la falta de alimento. Los expertos concluyen que la evaluación de riesgos ambientales debe incluir las alteraciones ambientales que llevan acumuladas en su entorno y no sólo la más reciente, lo que enlazan con el actual cambio climático.

Los científicos consideraron la relevancia de analizar el uso continuo de distintas sustancias artificiales utilizadas en agricultura sobre los sistemas naturales y cómo la historia de exposición previa puede afectar a la resistencia frente a futuras exposiciones. “Este estudio destaca, precisamente, por identificar como vulnerable a una población que inicialmente se podría denominar como ‘resistente’ ya que soportó la exposición continua a un primer tóxico”, señala la investigadora del grupo de Ecología y Biodiversidad de Sistemas Acuáticos, Gema Parra, co autora del estudio ‘Environmental disturbance history undermines population responses to cope with anthropogenic and environmental stressors’, publicado en la revista Chemosphere.

Para el trabajo se sirvieron de pulgas de agua (Daphnia magna), un pequeño organismo del zooplancton. Durante 4 generaciones, que en este caso equivale aproximadamente a un mes, estuvieron expuestas poblaciones a un insecticida (dimetoato) en cámaras con temperatura regulada. Posteriormente, la población de pulgas de agua fue sometida a un segundo factor de estrés químico, en este caso un herbicida (glifosato), y a una presión ambiental, la falta total de alimentos.

La población que estuvo expuesta al insecticida mostró menos resistencia al glifosato, lo que provocó un 20% más de mortalidad. “Además, la resistencia a la inanición disminuyó, pues en este caso a los cinco días ya había muerto la totalidad, cuando los ejemplares sin antecedentes de exposición sobrevivieron hasta 18 sin alimento”, afirma Gema Parra, para quien esto corrobora la hipótesis de que una historia previa de exposiciones químicas no letales continuas, reduce la capacidad de estos organismos para hacer frente a otros factores estresantes químicos y/o ambientales.

La científica considera que este resultado debe ser tomado en cuenta en el análisis de los riesgos ambientales de cualquier sustancia química y ante nuevos escenarios probables asociados al cambio climático por ser una crisis que se suma a otras. “La exposición a múltiples agentes estresantes puede hacer más vulnerable a una población ante situaciones sobrevenidas; la pérdida de capacidad para enfrentarse, por ejemplo, a la falta de alimento es clave en la supervivencia de los organismos en condiciones naturales”, añade.

Asimismo, la experta pone el ejemplo del COVID-19, que ha hecho evidente que la contaminación atmosférica agrava la situación de los enfermos, ya que se ve afectada la capacidad para enfrentar otras afecciones (como las cardiopulmonares derivadas de ese virus). “Sí se debería tener en cuenta la historia previa de exposición en los estudios de los riesgos ambientales de determinadas sustancias en las personas”, afirma.

Los próximos ensayos contarán con más de una especie, simulando una comunidad acuática con la que evaluar los efectos sobre las relaciones ecológicas, como la depredación y la competencia.

La duración del trabajo ha sido de un año, que se prolongará dos más para analizar la respuesta en ecosistemas más complejos. Está financiado por Plan de Apoyo a la Investigación de la Universidad de Jaén.

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Fuente: Fundación Descubre.