El investigador de la Universidad de Jaén, Matías Reolid, en colaboración con paleontólogos del Departamento de Geología y Botánica de la Universidad de Valencia y del Museo de Ciencias Naturales de Valencia, ha analizado las 46 huellas de tortuga del Carniense (Triásico Superior), aproximadamente de hace 227 millones de años, que han encontrado en tres afloramientos localizados en Domeño, Quesa y Cortes de Pallás, tres municipios de la provincia de Valencia ubicados en la Cordillera Ibérica.
“Este hallazgo constituye uno de los registros más antiguos de huellas de tortuga conocidos”, explica Matías Reolid, profesor del Departamento de Geología de la UJA. Además, señala que “presenta como aspectos novedosos el abundante número de huellas fósiles encontradas en comparación con los escasos yacimientos de esta edad localizados en todo el planeta, así como su aparición en tres localidades distintas pero muy próximas entre sí”.
Las huellas encontradas han aparecido en unas areniscas, que se depositaron en ambientes fluviales durante el Triásico Superior favorecidos por un evento climático muy húmedo que tuvo lugar durante el Carniense. “El Triásico se caracteriza por ser un periodo muy árido a nivel general. Sin embargo, dentro del Triásico Superior se intercaló un episodio climático muy lluvioso, el Evento Húmedo Carniense, que produjo una gran cantidad de precipitaciones y la abundancia de depósitos fluviales. Estas 46 huellas están relacionadas con este tipo de ambientes”, comenta Matías Reolid.
Esta interpretación ha llevado a los investigadores del estudio a incidir en la importancia que pudo tener este intervalo temporal y el área representada actualmente por la Cordillera Ibérica para la evolución y diversificación de las primeras tortugas en relación con el medio acuático. “El aumento de los cauces de agua de esta época produciría un aumento de los nichos ecológicos que las tortugas primitivas empezaron a explotar y esa situación lleva consigo una diversificación en función a la adaptación a esos nuevos recursos tróficos disponibles”, explica el experto.
A lo largo de los tres afloramientos estudiados, han descubierto y han descrito principalmente dos tipos de huella. Por un lado, un tipo de huella realizada por la tortuga emergida fuera del agua, pisando sobre el barro en la orilla; y por otro, otras que se produjeron cuando la tortuga estaba en una situación de seminatación, es decir, la tortuga estaba nadando, pero al mismo tiempo, ya sea porque nadaba cerca del fondo o porque la capa del agua era muy poco profunda, arañaba el fondo. En este caso, produjo unas huellas muy características, con forma alargada y en las que se perciben rasguños tridáctilos y tetradáctilos. “No podemos saber qué morfología tenía el caparazón o su musculatura, dado que carecemos de restos óseos fosilizados, pero a través de nuestro análisis de las huellas sí podemos concluir que fueron producidas por varios ejemplares, ya que disponemos de huellas de distintos tamaños”, expresa el investigador de la UJA.
Algunas de las 46 huellas (14 en Domeño, 12 en Quesa y 20 en Cortes de Pallás) que han sido estudiadas están exhibidas actualmente en el Museo de Geología de la Universidad de Valencia, en el Centro de Divulgación Cultural de Chera (Valencia) y en el Museo de Ciencias Naturales de Valencia, donde se pueden visitar.
Los resultados de este proyecto de investigación, que arrancó en 2014, han sido publicados por la prestigiosa revista de impacto científico “Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology” y han contado con la colaboración de otros investigadores como Ana Márquez y Carlos Martínez, del Departamento de Botánica y Geología de la Universidad de Valencia, Margarita Belínchón, del Museo de Ciencias Naturales de Valencia y Anna García Forner y José Villena del Museo de Geología de la Universidad de Valencia.